Foto: Tomada de Twitter
Kyle Johnson
28/Septiembre/2020
En septiembre aumentaron las masacres: en algunos casos hay respuestas, en otros no. ¿Qué está pasando en cada lugar y por qué la mayoría de las víctimas son jóvenes?
Masacres en septiembre
En agosto, una serie de masacres —incluyendo el asesinato de cinco menores de edad en Cali y ocho jóvenes en Samaniego, Nariño— provocó rechazo político y social masivo en el país. Pero, a pesar de la indignación, hasta el 21 de septiembre se habían registrado 12 masacres, una más que el mes anterior. La mayoría han tenido lugar en las mismas regiones o municipios y las víctimas han sido sobre todo jóvenes.
Fuente: Informe de masacres en Colombia durante el 2020, Indepaz
En las últimas horas, la prensa ha anunciado otros tres hechos dolorosos:
Una masacre en Quibdó, Chocó, donde fallecieron tres personas.
Otra en Soacha, Cundinamarca, también con tres víctimas.
Y una masacre y secuestro masivo de indígenas Awá en Tumaco, Nariño, en la que se han confirmado por lo menos tres personas asesinadas.
Las masacres recientes parecen responder a intereses locales, como expliqué antes en esta video columna para Razón Pública. Las de septiembre, como las de todo el año, se pueden dividir en dos grupos: aquellas que ocurrieron en lugares donde existe una disputa entre grupos armados ilegales y las que sucedieron en contextos donde no hay enfrentamientos de ese tipo.
Disputas entre grupos armados
En varias partes del país, las masacres han sido parte de disputas locales entre grupos al margen de la ley.
En el bajo cauca antioqueño, por ejemplo, se enfrentan las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) con los Caparrapos, un grupo que se desprendió de las AGC. Según la Defensoría del Pueblo, desde finales del 2019 las acciones de estos grupos se caracterizan por atacar las áreas de fuerte control de sus rivales y no tanto por perseguir intereses económicos.
Este cambio de estrategia ha propiciado varias masacres en la región. En su afán por aniquilar al otro actor armado, los miembros de un grupo atacan a habitantes que consideran colaboradores de su enemigo. Esto pone en grave riesgo a la población civil.
En los municipios de Argelia y Tambo, en Cauca, también continuaron las masacres. Allí se enfrentan el ELN en una aparente alianza con la Segunda Marquetalia —su presencia en la zona está confirmada, aunque Márquez y su gente todavía no la han reconocido aún— y dos grupos disidentes de las FARC conocidos como la Columna Móvil Jaime Martínez y el Frente Carlos Patiño —que según comunidades locales son en realidad grupos paramilitares, en parte por su actuar tan violento.
En estos lugares, la disputa entre grupos explica los altos niveles de violencia, pero aún queda por entender por qué optan por las masacres en vez de otros actos de violencia, o por qué están en su repertorio. En Nariño, por ejemplo, varias masacres afectaron a víctimas de una misma familia, acusada de apoyar o pertenecer a un grupo armado. Pero no siempre es ese el caso.
Aun así, es importante recordar que estas disputas en los territorios producen otros hechos de violencia que, si bien no atraen tanto la atención mediática, son más frecuentes, como los asesinatos selectivos y las amenazas.
Masacres en zonas sin disputas
Por otro lado, este año hay varios casos de masacres en zonas donde no se han registrado estas disputas por el control territorial, incluyendo los de Simití (Bolívar), Arauca (Arauca), Buenos Aires (Cauca) y Samaniego, Ricaurte y Buesaco (Nariño).
En casos como estos las explicaciones son más difíciles de encontrar. Algunos pueden ser parte de un esfuerzo de los grupos ilícitos por gobernar los territorios y ejercer control social sobre su población:
En el caso de Arauca en agosto, la disidencia del frente 10 de las FARC asesinó a cinco personas después de llevar a cabo un “juicio revolucionario” en el cual las acusó de robar ganado.
En Buenos Aires, Cauca, en abril de este año, la Columna Móvil Jaime Martínez asesinó a tres personas, al parecer por violar las normas que el grupo armado había impuesto frente a la Covid-19.
Sobre el asesinato de tres personas en Corinto, Cauca, en mayo, algunas versiones señalan como responsable a la Columna Móvil Dagoberto Ramos, que también imponía reglas frente a la pandemia.
Otros casos son más difíciles de explicar, pues no es claro cuál es el actor ni el motivo detrás de la masacre.
En el caso de Samaniego, la Fuerza Pública y la Fiscalía han dicho que los sicarios que cometieron la masacre pertenecían a una red local de narcotráfico, al igual que algunas personas que se encontraban en la fiesta, quienes eran el blanco del ataque. Sin embargo, los sobrevivientes y miembros de la comunidad han negado esas afirmaciones.
A pesar de múltiples disputas cerca del municipio, aún no se sabe qué ocurrió con la masacre reciente en El Charco, Nariño contra cuatro miembros de una familia que fueron sacados de sus casas en la cabecera y asesinados en manglares en el municipio de Mosquera. Tampoco existe claridad sobre el caso de las cuatro personas asesinadas en Buesaco, Nariño.
En resumen, a menudo las masacres actuales están relacionadas con las disputas locales por el control territorial y economías ilegales entre diferentes grupos armados. Pero otras se dan dentro de contextos de gobernanza criminal, y hay otras que aún no es posible entender con rigor, pues no se tiene la información suficiente.
Foto: RTVC Las masacres responden a una violencia localizada y a la disputas de distintos grupos armados
¿Violencia contra los jóvenes?
Un aspecto destacado de las masacres es que la mayoría de las víctimas han sido jóvenes, incluso menores de edad, entre 15 y 30 años. Por eso, varias personas y organizaciones han afirmado que las masacres son consecuencia de una nueva ola de violencia contra los jóvenes en el país.
Esta hipótesis tiene dos debilidades. En primer lugar, una parte considerable de las víctimas de las masacres recientes no pertenecen a ese grupo etario en sentido estricto. En segundo lugar, las masacres contra los jóvenes no son nuevas. De hecho, la violencia letal en el país —relacionada o no relacionada con el conflicto armado— suele afectar de forma desproporcionada a los jóvenes.
En otras palabras, no se trata de una violencia especialmente dirigida a los jóvenes, sino que, en medio de estos contextos violentos, son ellos quienes resultan más vulnerables que el resto de la población.
Según el censo de 2018, la población entre 15 y 29 años representa el 26% de la población colombiana. Sin embargo, según Medicina Legal, de las 11.880 víctimas de homicidios en 2019, el 49% hacían parte de este grupo etario.
Esto no es nuevo. Para el año 1999, Medicina Legal encontró que, de 23.209 homicidios en el país, las víctimas entre 15 y 34 años representaban el 65% de la totalidad de ellos, a pesar de que eran solamente el 43,6% de toda la población.
¿Por qué los jóvenes son más vulnerables a la violencia?
En zonas del país históricamente vinculadas al conflicto armado, las condiciones sociales y económicas explican la mayor vulnerabilidad de los jóvenes frente a la violencia. Por ejemplo, en las zonas rurales del país el desempleo de la población entre 14 y 28 años ha estado alrededor del 10% consistentemente durante los últimos 10 años, mientras la tasa de informalidad general en el campo se ha ubicado en el 80%, lo cual implica que la mayoría de jóvenes en la ruralidad vive en precariedad laboral constante, que a menudo le dificulta salir de la pobreza.
En zonas de cultivos ilícitos o minería ilegal, hay una fuerte inclinación de los jóvenes a participar en estas economías, pues a menudo creen que es la única forma de ganar dinero frente a una falta de otras oportunidades laborales. Como la violencia es una forma común de resolver conflictos en estas economías, la probabilidad de sufrirla aumenta con solo participar en ellas. Además, los expone a otros riesgos como ser reclutados por un grupo armado ilegal.
Como los jóvenes, como grupo, son más proclives a participar en el conflicto armado — siendo en efecto reclutados— es más probable que sean acusados de participar en él, o de apoyar a grupos armados ilegales, lo que no implica que esas acusaciones sean siempre ciertas.
Y dado que buena parte de la violencia letal —incluyendo las masacres— en zonas en las que los grupos armados están en disputa está relacionada con este tipo de acusaciones, los jóvenes acaban siendo víctimas con mayor frecuencia que otros grupos etarios.
La mayor vulnerabilidad de los jóvenes frente a la violencia no se limita a las masacres, también es cierto en el caso de los homicidios. En lugares como Tumaco y Medellín, por ejemplo, históricamente ser un hombre joven de cierto barrio era suficiente para que un grupo armado lo asesinara.
Es fundamental que se siga investigando los motivos de estas formas de violencia en el país, y no solo para dar claridad sobre lo ocurrido. Entender los contextos de violencia local en estos lugares podría ayudar a prevenir futuros actos de violencia.
*Texto publicado originalmente en Razón Púbica:
https://razonpublica.com/no-una-sola-explicacion-las-masacres/
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